Fragmento del libro "Juego de garrote venezolano. Fundamentos socioculturales para su enseñanza" de
- La rueda
- 27 ago 2018
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UN ARTE CIVIL
La colonización de Latinoamérica trajo consigo la implementación de elementos culturales,tecnológicos, jurídicos y sociales pertenecientes al género europeo, que al intentar borrar y sustituir completamente las categorías autóctonas de cada territorio, acabaron por caer en un proceso de mestizaje y generación de nuevas formas y elementos.
En Venezuela, particularmente, el factor resistencia jugó un rol fundamental en tanto sus expresiones dieron resultado y eventualmente independizaron no solo el territorio venezolano, sino gran parte de Suramérica, dejando a su vez un saldo social, étnico, político, cultural, jurídico, económico y material que daría forma a la historia de los siglos XIX en adelante. No obstante, la implementación de las formas europeas en todo el territorio latinoamericano implicó que la cultura militar española tomase el lugar de las formas bélicas autóctonas, de manera que los métodos de lucha oficiales no fueron otros que las Destrezas y formas de Esgrima y usos de otras armas como la lanza y las armas de fuego.
Estas formas de lucha estuvieron, evidentemente, fuera de todo alcance para la población esclava, que en su propio proceso de mestizaje interno reconstruyó, a partir de las formas de lucha de cada etnia y cada raza, a las que a su vez se añadieron elementos de las formas de lucha europeas obtenidos a través de la observación, un nuevo abanico de métodos de lucha que estuvieron adaptados a sus condiciones de vida, ambiente y herramientas. Estas formas de lucha fueron evolucionando, mutando y siendo transmitidas y en algunos casos difundidas, encontrando distintos propósitos, investiduras y cualidades en la medida en que la historia fue siguiendo su curso y el territorio y sus gentes atravesando por los distintos procesos sociales y políticos que fueron teniendo lugar.
Los métodos de lucha latinoamericanos tuvieron en común que, al no formar parte del abanico técnico y bélico oficial, es decir, al no estar incluido dentro de una cultura militar, no adquirieron el carácter marcial que sí está presente en las formas de lucha asiáticas y europeas que fueron incorporadas a la dicha cultura. Esta particularidad desprovee a los métodos latinoamericanos de una serie de elementos, normas, reglas y códigos que están presentes en los métodos marciales, y a la vez, dado sus contextos y ambientes, desarrollaron otros, dando así lugar a la categoría opuesta al Arte Marcial: el Arte Civil.
Así, el peleador latinoamericano se encontró siempre libre de la uniformidad, rangos, jerarquías y códigos explícitos, usualmente identificables a nivel visual, que son propios de la cultura militar y marcial; no obstante, esto no quiere decir que fue ajeno al orden, a la estrategia o a la efectividad y eficiencia en combate; por el contrario, la superioridad del método fue demostrada a través de numerosas hazañas registradas en una historia que fue luego borrada del imaginario colectivo una y otra vez, en parte fundiendo el metal de sus armas, y en parte arrojándolas al olvido en el fondo de un lago, pero que permanece plasmada en ciertos documentos, literaturas, prácticas y saberes populares.
Más adelante, el peleador latinoamericano, imbuido en un sistema de valores y organización social distintos a los de raíces extranjeras, encontró un método de formación completamente antagónico al de la cultura militar: el juego.
Mientras la cultura militar enfatiza en el entrenamiento, en el don de mando, en lo uniforme, en la instrucción y en la jerarquía, la cultura civil tendió hacia la faena, lo lúdico, lo personal y lo personalizado, aprendiendo a jugar con eso que es peligroso. El cuerpo del soldado, acondicionado por el entrenamiento físico, y formado por la instrucción, es distinto del cuerpo del campesino, acondicionado por la faena diaria, y formado por el juego. Cada uno da lugar a una corporalidad, una estética, una técnica, una estrategia, una forma táctica y a una función distinta, y esto merece la pena ser tomado en cuenta a la hora de establecer comparaciones.
El juego se caracteriza por ser “divertido”, lo cual no significa bajo ningún concepto que no sea peligroso o doloroso, así como cualquier actividad física, que tiene una serie de riesgos. También se caracteriza por estar desprovisto de reglas y normas, empleando en su lugar códigos y acuerdos que no son explícitos y que aunque suelen ser mayormente comunes entre los que juegan, deben averiguarse, obtenerse a través de la lectura del otro, del compañero, cada vez que se entra a jugar.
Al ser juego, éste es social, es comunitario, común y cohesivo, formando parte del diario devenir de todos y cada uno de los entendidos e involucrados, tal y como para el soldado, sus métodos de lucha forman parte de su profesión. Al estar integrado en el diario devenir de cada quién, el juego se convierte en cultura y comienza a relacionarse con otros sectores de esa cultura de esa comunidad en la que tiene lugar, de modo que es frecuente que al juego se incorporen musicalidades, ritualidades, estéticas, simbolismos y en algunos casos elementos religiosos.
El propósito del juego es el juego, por eso no existe un enemigo ni un contrincante, sino un compañero. La consecuencia del juego es la condición de un cuerpo que conoce la malicia, la técnica, la cautela y el don de la oportunidad, que le permite correr, luchar, vencer y matar si es necesario, cuando la oportunidad se presenta.
El juego es juego, pero también es algo serio, aún cuando sea o no divertido; y en esa área difuminada en que la diversión, la técnica, la malicia y la astucia se mezclan con la percepción, con la presencia de un compañero, con la agresión, con la defensa, con el ataque, con la espera…, que quien mira desde fuera puede no llegar a dar cuenta de lo que está ocurriendo allí: si el golpe, la patada, el palo o el cuchillo va en serio, si el que defiende se está quitando, defendiendo o está siendo perdonado, si quien ataca lo hace de verdad o se está conteniendo, o qué es lo que está ocurriendo en ese diálogo entre ellos.
Sin embargo, esto no solo no importa, sino que no le concierne, lo que ocurre en el juego es algo íntimo, algo personal entre los jugadores, algo secreto, que secreto debe quedar en orden de no demostrar ni lo que se sabe ni lo que no se sabe, en orden de que quien mira no llegue a robarse alguna técnica o estrategia importante que pueda usar luego en contra de alguno de ellos, en orden de que nadie pueda saber realmente y con exactitud cuánto y qué tan bien juega cada uno, cuán peligroso es cada uno, y en orden de que el juego pueda continuar teniendo lugar, mitigando ciertos riesgos que podían costar la vida a un jugador.
La Capoeira brasileña, la Riña Gaucha argentina, los Juegos Palo canarios, colombianos, venezolanos, el machete cubano, dominicano, haitiano, entre muchos otros, unos desaparecidos, otros reconstruidos, otros reducidos a fracciones de expresiones folklóricas; de cualquier manera, los métodos de lucha latinoamericanos se caracterizan por ser producto de procesos de mestizaje y socioculturales, por constituir artes civiles y no marciales, y por fundarse en el juego como experiencia formativa.
En cada método de lucha, en cada juego, existen cualidades y características que se desprenden de su devenir socio histórico, de allí que sea evidente que cada uno de ellos, incluso dentro de un mismo territorio, mantenga diferencias con los otros y haya tenido una trayectoria histórica única. El Juego de Palo Venezolano es uno de los muy escasos métodos de lucha que ha llegado hasta el momento histórico actual bajo su forma casi virgen y con la mayoría de sus técnicas conservadas, representando aún una forma de combate altamente eficiente y peligrosa sin estar influenciada por la cultura marcial y deportiva globalizadas.
En este sentido cabe decir que el Juego de Palo Venezolano no es un deporte, ni puede serlo. Los elementos socioculturales sobre los que su práctica se construye, y sobre los que el juego tiene lugar como hacer, no solo dan forma y estética a la técnica y al cuerpo que la ejecuta, sino que son los que hacen posible que esa técnica funcione.
La malicia, el engaño, los códigos, el diálogo, el mirarse a los ojos, el intentar descifrar lo que el otro está pensando, el comprender lo que el otro está diciendo, son todos elementos que permiten salvar a un jugador de cometer toda suerte de imprudencias. Estos mismos elementos son los que salvan al cuerpo del hombre defenso de la agresión en el contexto calle, de las heridas en el contexto pelea, y de la muerte en el contexto agresión. El dolor, la presión, la tensión lo acrónico, son los que templan al cuerpo y le enseñan a sobrevivir, a luchar y a estar alerta. Ninguna de estas cosas se puede controlar, aislar o dar forma, y ninguna de estas cosas pueden estar presentes en el contexto deporte del mismo modo en que están en el contexto juego.
Las reglas, las normas, el controlar, o la ilusión de controlar lo que está ocurriendo en un encuentro. La jerarquía, el nivel de habilidad, de peligrosidad, todos bien indicados según un color, un identificativo, una prenda de vestir. El punto, la evaluación, la victoria, la medalla, el sentirse vencedor, el sentirse campeón, el ser el mejor o querer ser el mejor. Todas estas ilusiones, todas estas des–sensibilizaciones, dan forma al deporte y hacen al deportista sentirse bien. Ni siquiera en las expresiones de Artes Marciales Modernas que se muestran peligrosas, en las que hay golpes, sangre y salvajismo, matar está permitido; en este contexto la vida continúa estando garantizada, y cuando se entra a pelear se tiene algún referente, visual o informativo, de lo que espera allí a quien entra. En el juego no, en la realidad tampoco.
El asesino no repara en si “somos civilizados” o no, el jugador de garrote no sabe si el otro va a echarle tierra a los ojos, si le va a traicionar, si en la cintura lleva un puñal, o si está dispuesto a usarlo o no; por esta razón el juego es sobre saberse moderar, sobre saberse conducir y manejarse con educación incluso en una pelea a palos; por esta razón el juego es también sobre estar alerta, sobre tener malicia, sobre saber leer en el otro, en su intención, en su técnica, en su mirar, en su manera de moverse y caminar, quién es y qué sabe; el juego es sobre jugar siempre guardándose algo para sí, en jugar abiertamente, en lidiar con la incertidumbre, con el riesgo y con la tensión de encarar a un hombre armado durante una cantidad de tiempo desconocida; el juego es incluso sobre saber perder, solo para conocer el juego del otro y llevárselo, robárselo, de tal modo que si ese otro llega a atentar contra la propia vida, falle.
Todos estos son valores que dieron forma al Juego de Palo Venezolano a lo largo de la historia, que moldearon su técnica y que convirtieron al campesino en un hombre Defenso, en un hombre para la guerra, en un hombre guapo, capaz de defenderse, y en un hombre receloso, cauteloso, discreto y cortés.
Son los mismos valores y técnicas que vencieron al enemigo batalla tras batalla, jugando la lanza que eliminó manojos y manojos de soldados en una proporción de uno a diez, el machete que permitió al hombre regresar con vida después de la batalla, el cuchillo que llegó a tumbar hombres armados con lanzas de sus caballos con una sola estocada en el costado, y la guerrilla de no más de setenta hombres que salieron de Los Andes y llegaron a la capital, tomando el poder e instaurando el primer gobierno del siglo XX, que defendieron la vida y el honor de muchos hombres y sus familias, generando historias que hoy en día nietos escuchan de sus abuelos e hijos de sus padres, que dicen: “el viejo Taparita, allá en la guaira, que acostado en el suelo vencía a un hombre armado con solo una chancla, o a varios de ellos, armados con palos o machetes, con na’ más que un periódico enrollado…”, y que aún hoy en día, en algunos lugares de Venezuela, en el campo, en la ciudad, están contenidos en cuerpos viriles, alertas, ágiles, maliciosos y discretos, de hombres, y también de mujeres, de gente que juega garrote.
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